viernes, febrero 17, 2006

Comunicaciones y viajes: cuento (II parte)

Muy de a poco comenzó a aprender algunas palabras, perdón, por favor y gracias, fueron las primeras de su vocabulario, que eran el protocolo mínimo necesario para cualquier atisbo de acercamiento humano. Y así con solo estos tres kanjis comenzó a vender sus joyas en las más diversas ciudades que rodeaban a Tokyo.

Demás está decir, que sus peripecias comunicacionales fueron variadas y consistían básicamente en gesticulaciones múltiples y un sinnúmero de ademanes de conocimiento internacional, que le servían para hacerse entender. Sin duda para él, actor natural, por un período de tiempo le pareció hasta divertido este agotador ejercicio, pero al cabo de las semanas, cuando el escenario no acababa de ser el mismo, el cansancio y la desolación se hicieron cada vez más latentes, y poco a poco, esa alegría única que lo caracterizaba comenzó a esfumarse.

Una de esas tardes, donde a soledad marcaba uno de sus puntos más intensos, le pareció ver que una joven muchacha fijaba sus ojos en él. En primera instancia no le pareció nada fuera de lo común, ya que su porte, bastante mayor a la media de los japoneses y su apariencia occidental, eran normalmente fruto de acuciosas observaciones. Mas esta vez, le pareció algo diferente.

Ya al atardecer, notó como violentamente, tres hombres con pasos decididos se acercaban rápidamente hasta su lugar de trabajo, el que normalmente consistía en una mesita estratégicamente ubicada a un costado del vehículo que conducía y sus joyas ordenadamente dispuestas cobre ella. La violencia inusitada que supuso en estos personajes, se le hizo evidente, cuando oyó que gritaban y vociferaban sonidos que él jamás entendería. Los gritos, que cada vez se hicieron más fuertes, dieron paso a los empujones y algunos golpes, que finalizaron por descontrolarlo cuando la mesa y sus joyas rodaron por el piso. Al ver los sendos tatuajes en sus agresores, se percató que correspondían, según le habían advertido, a yakuzas, grupos gansteriles organizados, que tenían el total dominio de las calles de la mayoría de las ciudades de japón. Solo pidiendo perdón (por algo que realmente no sabía que era), de rodillas y aceptando los gritos, golpes y rotura de sus elementos de trabajo, como una hoja aferrada a su rama bajo un fuerte viento de otoño, el mayor susto de su trabajo pasó como una eternidad frente de él.

Luego del alboroto público, y con el miedo instalado fuerte en su corazón, emprendió el lento trabajo de recoger su mercadería, arreglar como pudo sus herramientas y subirlo todo a su auto, para marchar en rumbo a la posada donde alojaba en esa ciudad. Mas en ese momento, cuando recogía sus joyas y el sol se había ocultado totalmente tras la montaña, apareció la chica que había visto en la tarde, y tan lento como él, comenzó a ayudarle a recoger el reguero esparcido en la acera. La extrañeza ante la presencia de la chica, a su lado, ayudando, lo dejó realmente impactado y como pudo intentó comunicarse con ella, mediante señas, como lo había hecho con otras personas. Pero esta vez fue todo intento infructuoso, luego de casi quince minutos, ni siquiera le había dado a entender su nombre y viceversa.

4 Palabras :

Blogger Roberto_Carvallo Dice que dijo...

está de puta madre el cuento... volveré por otro copete letrístico.

adios Rodrigo

1:34 a. m.  
Blogger Rodrigo Dice que dijo...

que bueno el texto...me dio la impresión de estar ahí y correr a la defensa..afortunadamente es un cuento, pues yo ni con las moscas puedo...

saludos

1:33 p. m.  
Blogger LaRomané Dice que dijo...

Que bueno el cuento, muy en tu onda, por cierto.

SAludines
x0x0xx0
LaRomané

6:42 p. m.  
Blogger Shi Ho Dice que dijo...

. EXCELENTE . Rodrigo. EXCELENTE ."Rodrigo, el literato"...

No sabía de tal veta!,.. volcada con todo en las letras.

Pronto cuntinuaré con la parte II.

saludos asombrados

10:51 p. m.  

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